Por: Enrique Monterroza*
“Entonces la mujer de quien era el hijo vivo, habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y dijo: ¡Ah, señor mío! dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis. Mas la otra dijo: Ni a mí ni a ti; partidlo”. 1 Reyes 3:26.
Un episodio tenso que pondría a prueba la sabiduría de Salomón, dos mujeres habían tenido hijo cada una, con tres días de diferencia, una de ellas no tuvo cuidado y durmiendo con el bebe se acostó sobre él y lo mató (1 Reyes 3:19), esta rápidamente cambio su hijo muerto por el hijo vivo de la otra mujer. Al despertar en la mañana la mujer de quien era el hijo que estaba vivo se dio cuenta que el niño muerto no era su hijo, cosa que la otra mujer responsable de la muerte no quiso aceptar, por ello fueron llevadas delante de Salomón para que fungiera como juez de esta disputa.
Salomón escuchó la defensa de la verdadera madre, pero la impostora no daba su brazo a torcer y peleaba por la potestad del niño vivo el cual no era su hijo. Salomón lleno de sabiduría mando a traer una espada (1 Reyes 3:24) y para solucionar dicho problema mando a que partiesen el niño en dos para dar una parte a cada madre (1 Reyes 3:25).
Es allí, en esos momentos de peligro para un hijo en donde una verdadera madre se deja ver. Es que la verdad es que una madre tiene un amor único para nosotros los hijos, ellas están dispuestas a todo por amor a nosotros, cosa que muchas veces no vemos y si lo vemos no le damos importancia.
Cada uno de nosotros tenemos una madre la cual Dios nos ha querido dar, algunos hemos tenido la bendición de tenerla a nuestro lado, quizá otros no han tenido ese privilegio, pero igual, Dios cubre ese vacío con su amor eterno hacia nosotros.
El episodio que acá se estaba dando era propicio para ver hasta donde una madre permitiría que su hijo sufriera un percance. Me llama la atención 1 Reyes 3:26, mas que todo la parte que dice: “sus entrañas se le conmovieron por su hijo”.
Esa mujer no pudo resistir el hecho de pensar que su hijo podía morir, prefirió dejar que la otra mujer impostora tomara potestad de su hijo, antes de verlo muerto, fue ahí en donde Salomón descubrió a la verdadera madre, el amor por su hijo la delato.
Definitivamente una madre no puede ver sufrir a su hijo y quedarse como que si nada, ver a un hijo sufrir es como sufrir por sí misma y es porque Dios ha dotado a las madres con un amor que se asemeja a su amor por nosotros, claro está que el amor de Dios sobrepasa todo entendimiento, pero personalmente pienso que el amor de una madre es el que más se asemeja al amor que Dios tiene por nosotros.
Una madre está dispuesta a quitarse el bocado de la boca por dárselo a su hijo, una madre está dispuesta a cubrir a su hijo del frío aún cuando ella se esté muriendo de frío, una madre está dispuesta a correr kilómetros completos para llevar a su hijo a un hospital.
Recuerdo cuando yo tenía 7 años, ese día estábamos todos los niños de la cuadra jugando de noche, yo era el más pequeño de entre ellos, habían algunos que me doblaban la edad, mis dos hermanos mayores jugaban también, eras aproximadamente unos 20 niños jugado en la noche, corriendo por toda la cuadra, el famoso juego de mi tiempo de niñez llamado en mi país con el nombre de: “guilio”.
Recuerdo que por ser el más pequeño en ese entonces me seguían a mí para atraparme, yo corría rápido, pero en esa ocasión me pare sobre una pequeña piedra, me deslicé y caí con mi frente sobre el filo de la acera de una casa. El golpe me dolió, al levantarme note que sentía mojada mi frente, al tocarme con mi mano y luego vérmela vi como había mucha sangre y comencé a llorar a gritos, recuerdo que mi mamá salió a ver porque lloraba y cuando me vio sangrando de mi frente me tomó y a como pudo salió corriendo conmigo hacia el hospital que estaba al otro lado de mi ciudad, no teníamos vehículo en ese entonces, sólo recuerdo que me tomo en sus brazos y sin importar nada salió corriendo mientras me decía que todo iba a estar bien.
Sinceramente me sentí seguro con sus palabras. Ese día me dieron 7 puntadas en mi frente que nunca voy a olvidar y que todavía se me notan. Nunca olvidaré ese detalle que mi mamá tuvo conmigo que no le importó tomarme en sus brazos, correr y atravesarse toda la ciudad para llevarme al hospital.
Así son las mamás, tan especiales, todos tenemos algo que contar de nuestras madres, lastimosamente muchos de nosotros no nos damos cuenta que unos de los mandamientos con promesa es el hecho de honrar a nuestra madre (Efesios 6:2,3).
Amados hermanos, si bien es cierto hay un día específico para celebrar a nuestras madres, pero nosotros como hijos de Dios obedientes a su Palabra tenemos que honrar a nuestro padre y madre cada día de su existencia, puesto que de esta manera nuestros días se alargaran y estaremos haciendo la voluntad de Dios.
Las madres son un regalo de Dios, amémoslas, comprendámoslas, valorémoslas, bendigámoslas y sobre todo aprendamos a disfrutar de su amor incomparable.
Y de la misma manera que las madres aman a sus hijos, así Dios nos ama mucho más, con un amor inmenso, aunque muchos rechazan su amor, él nos quiere cuidar y proteger bajo sus alas, así como la gallina cuida a sus polluelos (Mateo 23:37), no queriendo que nadie se pierda sino que todos procedamos al arrepentimiento y seamos salvos de la condenación eterna. (2 Pedro 3:9).