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A mayor edad de la persona, mayor es su resistencia al evangelio, y resulta más difícil alcanzarlos para Cristo. El rechazo continuo hace que el corazón se endurezca más (Hebreos 4:7; 2 Corintios 6:1–2). Por lo tanto la niñez y la juventud son los mejores años para la salvación, y en consecuencia los campos más fructíferos de evangelización.
Carlos H. Spurgeon, el predicador inglés más grande ganador de almas del siglo pasado, cuando apenas tenía cuatro años se sentaba en el escritorio de su abuelo y leía profundos libros de teología bíblica.
Su abuelo amaba al Señor Jesús y cuidaba a su nieto, quien absorbía toda la sabiduría del anciano. Carlos recibió a Jesús como Salvador cuando tenía catorce años; a los dieciséis ya predicaba el evangelio.¡Era un adolescente! En realidad, casi un niño todavía. A los diecinueve años pastoreaba una iglesia en Londres, y a los veintidós, su congregación llegaba a 5.000 cada domingo. Todo comenzó en su niñez.
Dwight L. Moody, el más grande evangelista norteamericano del siglo XIX, dijo; “Ganar a un adulto para Cristo es ganar tan sólo media vida; ganar a un niño es salvar una vida entera”. Moody demostró que él creía en ese axioma pues semana tras semana, poco después de haber recibido a Cristo como Salvador, atraía a 3.000 niños de un barrio pobre de Chicago para enseñarles acerca del Buen Pastor. Moody amaba a la niñez y buscó ganar a los niños para Jesús. Creo que por eso Moody también amó a los adultos y supo evangelizarlos.
Los adultos, e incluso los adolescentes de hoy, por lo general están muy cerrados al evangelio. Los niños, y sobre todo los más pequeños, son muy distintos. Son abiertos y demuestran interés así que no deberíamos sorprendernos cuando sucede algo así. La porción de la comunidad más receptiva al evangelio son los niños. Muchos de ellos desean venir, desean escuchar las buenas nuevas, y con frecuencia entre ellos hay quienes verdaderamente desean confiar en el Señor Jesucristo.
En Marcos 10:15 el Señor Jesús dice: «Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él».
En Mateo 18:3 el Señor Jesús dice: «Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos».
Antes que un adulto pueda ser salvo, debe volverse como un niño. Debe ser sencillo, humilde, confiado y dependiente. No se requiere que el niño se torne como un adulto; más bien el adulto tiene que volverse como un niño. Para el adulto esto es difícil. Para el niño no lo es. Él ya es un niño. Es por naturaleza sencillo, humilde, confiado y dependiente. Aunque esté tan espiritualmente muerto como un adulto, seguramente está un paso más cerca del reino que este. Además, como es menor, ha vivido menos años en el pecado, y su corazón está más abierto y tierno. Dios puede usar todas estas cualidades naturales para guiar al niño hacia un conocimiento que le dé salvación en Jesucristo sin que tenga que pasar por las experiencias a veces traumáticas de un adulto que tiene que «volverse como niño».
Muchos de los que trabajan con niños, y también los que trabajan con adultos, han comprobado la relativa apertura de los menores a la enseñanza del evangelio. Pareciera que el adulto de hoy, e incluso el adolescente de hoy, se torna cada vez más duro, y más resistente al evangelio y las demandas de Cristo.Lamentablemente no todos los evangélicos aprecian la apertura de los niños y las maravillosas recompensas por alcanzarlos con el evangelio mientras son aún niños.
Ahora es el momento de alcanzarlos y enseñarles, cuando aún están receptivos y dispuestos a escuchar. Ahora es el momento de alcanzar a la generación venidera, antes que se torne tan desobediente y pecaminosa como la actual. Sin embargo, debemos reconocer que los niños no sólo están abiertos al evangelio. Su misma naturaleza implica que están abiertos a todo lo que les pueda influenciar y afectar. Están abiertos a todo mensaje y a todo pecado.
Los padres cristianos que tienen sus hijos aún niños o adolescentes deben preocuparse por ganarlos para Cristo, porque si no tienen el cuidado que se debe, corren el peligro que crezcan en el error, sólo por no instruirlos a tiempo y como es debido de acuerdo a los principios bíblicos y mayor daño están haciendo a sus hijos aquellos padres que estan condenándoles al mismo infierno sólo por que ellos se niegan a buscar a Dios y por lo tanto no pueden ni saben instruir a sus hijos en el buen camino.
Padre, madre, hermano (a) en Cristo: ¿Estaría usted dispuesto (a) a evangelizar a los niños instruyendolos en el buen camino, a fin de que cuando sean grandes no se aparten de él? ¿o pasar por alto el mandato de Cristo y dejarlos a merced de Satanás, para que distorsione y enajene su mente con ideas erróneas y contaminantes que solo le destruirán?
La decisión es suya... ganar a los niños o a sus hijos para Cristo o entregarlos a Satanás para el infierno.
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