Vivimos momentos difíciles para la integridad de nuestras iglesias locales. Tenemos enemigos internos y externos muy activos. Vale recordar que nuestra lucha no es contra carne y sangre: 1ª Pedro 5:8; Efesios 6:12a.
Cuando decimos “iglesia”, nos estamos refiriendo a los creyentes, pero por extensión, también nos referimos al lugar donde nos reunimos para adorar a nuestro Dios, y es allí donde expresamos en comunión nuestras prácticas evangélicas, prácticas que basamos en la enseñanza novotestamentaria, más particularmente, en relación con la iglesia de Cristo: Efesios 2:20; 1ª Corintios 4:17; 7:17.
Sabemos que tenemos tres grandes enemigos de nuestras almas y de la iglesia el diablo, la carne y el mundo. Este último es un muy insidioso enemigo externo que ha logrado entrar en muchas iglesias evangélicas, con sus atractivos y formas que proceden del maligno, príncipe de este mundo.
Cuando decimos “mundo” nos estamos refiriendo al sistema terrenal bajo el cual Satanás ha organizado a la humanidad caída sobre sus principios opuestos a Dios, donde predominan el orgullo, el egoísmo y la ambición: Mateo 4:8–9; Efesios 2:2; 6:12, y las cosas que están en el mundo, tales como las riquezas, placeres y los honores.
El amor al mundo excluye al amor a Dios y no olvidemos que el mundo es efímero y transitorio.
El “mundo” engloba “los deseos de la carne”, ese vehemente deseo del hombre no regenerado centrado en sí mismo y opuesto a Dios: Romanos 7:18.
Los “deseos pecaminosos de los ojos”, que se refiere al imperioso apetito que domina nuestro cuerpo, alma y espíritu, a través del sentido de la vista: 2º Samuel 11:2; Josué 7:21; Salmos 119:37; “la vanagloria de la vida”, ese ostentoso despliegue de impiedad. Por lo tanto, el mundo malvado está en total contraposición con el infinitamente santo Dios.
Vemos que el “mundo” puede entrar en la iglesia por los sentidos:
Por el oído, tenemos a la música contemporánea, disfrazada con letras cristianas, con el consabido cliché: “para ganar almas”. La música del mundo ha penetrado hace ya muchos años en la iglesia, pero no es sino en estos últimos años que ha llegado a dominar e imponerse totalmente en muchas iglesias con todas sus manifestaciones de ritmo y melodía, a tal punto que los cultos se han convertido en show, con música estruendosa. Nosotros sabemos que la música no es neutral y por lo tanto, conlleva consecuencias funestas para la vida del oyente y de la iglesia.
Por los ojos, las modas, sobre todo en la vestimenta, recordemos que fue el diablo quien desnudó al hombre y a la mujer en el huerto de Edén inmediatamente después de la caída, exponiéndoles a la vergüenza: Génesis 3:7a; 2ª Corintios 5:3b. Los que elaboran los vestidos que luego se imponen como moda son reconocidos homosexuales y lesbianas, y para ellos, que siguen sus apetitos pecaminosos, no les es raro confeccionar vestidos según las órdenes de su maestro, para desnudar nuevamente al hombre y a la mujer y para confundir si identidad de género. Pero la moda no se reduce sólo al vestido, sino a casi todos los usos del hombre en su vivir cotidiano. Cuando un creyente o una creyente usa de estas cosas sin discernimiento espiritual y las usa también en la iglesia se convierte en un tropiezo, en escándalo para el evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
También el “mundo” entra en la iglesia por “la soberbia de la vida”, que se traduce en vanidad, religiosidad y tolerancia al pecado.
Sobre la vanidad, el Señor nos advierte que no debemos amar las cosas que están en el mundo, riquezas, placeres y honores. Asimismo, no olvidemos la advertencia del Señor a la iglesia de Laodicea en Apocalipsis 3:17.
El mundo ha entrado a nuestras iglesias del siglo XXI a través de la religiosidad, que es una religión externa, fría, sin frutos, sin vida, no de la experiencia de fe, de fe diaria con Dios. Ay muchos creyentes no comprometidos en nuestras iglesias, creyentes del domingo por la mañana o por la noche, que no ejercen mayordomía de sus vida ante Dios.
Muchos creyentes son tolerantes del pecado, y cuando son confrontados con sus pecados se cambian de iglesia o hacen campaña para cambiar el pastor o neutralizar al predicador.
Muchas iglesias están adoptando la manera de ser del mundo para que la gente llegue a sus reuniones, sacrificando la fidelidad a la Palabra de Dios, permitiendo de esta manera que el mundo rompa las barreras de santidad, pureza y fidelidad a Dios.
Pero hay un antídoto contra el “mundo” que todo creyente debe conocer y toda iglesia aplicarse, para no ser contaminada por ella en Colosenses 3:1–2 que dice: “Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”.
¡Buscad las cosas de arriba! ¡Poned la mira en las cosas de arriba!
Si el mundo está dominado por el orgullo, el egoísmo y la ambición y si se persigue las riquezas, los placeres y los honores, entonces, la iglesia conformada por cada verdadero cristiano, debe andar en pos del Señor, lleno del Espíritu Santo, no imitando al mundo, ni permitiéndole entrar. Debemos andar agradando a nuestro Señor en humildad, bondad, mansedumbre, amor, pureza, obediencia y santidad buscando en todo su gloria en nuestras vidas e iglesias, sólo así podremos rechazar la música del mundo, sus modas que son una expresión de la rebelión del hombre contra Dios, su religiosidad estéril y no podremos soportar ni tolerar el pecado en nuestras vidas, sino que nos esforzaremos en ser santos en toda nuestra manera de vivir: 1ª Pedro 1:14–16.
Finalmente, no olvidemos el consejo del apóstol Juan en su primera carta, capítulo 5, versículo 4.
Una fe bíblica que hará que el mundo no nos atraiga ni entre en nuestras iglesias.
Amén.
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